A más tardar el 3 de diciembre se sabrá si los conocimientos y las tecnologías tradicionales relacionadas con el cultivo y procesamiento de este recurso vegetal entrarán en la lista de Patrimonio Cultural de la Humanidad de la Unesco
Mañana 2 de diciembre o a más tardar el miércoles 3, el mundo conocerá el fallo definitivo, que muy probablemente favorezca a Venezuela, sobre la inclusión en la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco a “los conocimientos y las tecnologías tradicionales relacionadas con el cultivo y procesamiento de la curagua”, una práctica que se realiza desde hace comienzos del siglo XX en el municipio Aguasay, del estado Monagas.
La curagua es una planta de origen amazónico que llegó a Aguasay aproximadamente en la décadas de los años 20, de manos de Don Susano Cedeño. Influenciados por la experiencia con el moriche, los lugareños comenzaron a extraer la fibra de la planta para el uso de las tejedoras que desarrollaron técnicas y destrezas en la creación del famoso chinchorro de curagua de Aguasay, un artículo de características particulares, definidas por el ingenio y la creatividad de las artesanas aplicado al material blanco y muy resistente.
En la actualidad estos saberes populares tradicionales juegan un papel fundamental en la configuración de la identidad de las aguasayeras y aguasayeros, además de funcionar como un elemento de cohesión social capaz de promover la cooperación dentro y entre las comunidades, así como en las estructuras familiares donde las mujeres ejercen una tarea creativa que se complementa con la labor masculina.
EL SOSTÉN FAMILIAR
Por si esto fuera poco, los conocimientos y las tecnologías tradicionales relacionadas con el cultivo y procesamiento de la curagua son, a juicio del cronista de Aguasay, Eduardo Maurera, los principales elementos que sustentan la economía de la localidad, por encima de otras actividades igualmente artesanales vinculadas con el casabe, la extracción y explotación del merey.
Inclusive, en opinión del cronista el dinamismo en la economía del municipio generado por la curagua es superior a la actividad ganadera. “AguAsay es también un municipio gasífero y petrolero, pero eso pertenece a un ámbito nacional e incluso internacional. Pero sin duda, en lo local el arte de la curagua ocupa el primer lugar en la economía local”, aclaró.
“Son muchas las generaciones que se han levantado a punta de chinchorro en Agusay, desde hace casi 100 años para acá. Gracias a la artesanía y al cultivo de esta planta muchas familias han echado adelante e incluso han podido enviar a los hijos a estudiar en la universidad”, confirmó Luis Bastardo, un agusayero que desde hace varios años se concentra en la organización popular tanto de los cultivadores de curagua como de las artesanas tejedoras de la localidad.
FUTURO SEGURO
En su esfuerzo por sistematizar datos puntuales necesarios para mejorar la situación de las familias que viven gracias a la curagua, Bastardo, junto a Maurera y muchos otros aguasayeros, realizaron un censo de tejedoras artesanas y de cultivadores que además se encargan de la extracción de la fibra.
Según ese censo realizado ya hace aproximadamente cinco años, se contabilizaron cerca de 250 artesanas y unos 76 cultivadores de curagua. En ambos casos la mayoría de las personas registradas superaban los 50 años de edad. Por otra parte, se ubicaron unas 30 hectáreas cultivadas de curagua.
Estas cifras, comentó Luis Bastardo, han funcionado para tomar algunas medidas que permitan la sostenibilidad y la permanencia de estas prácticas artesanales. Por ejemplo, se crearon programas para trasmitir estos conocimientos populares dentro de las escuelas rurales, donde además de impartir las técnicas para el procesamiento y tejido de la fibra se instalaron pequeños huertos de curagua.
Junto a estas iniciativas, advirtió Bastardo, la tradición se sigue trasmitiendo de generación en generación, dentro de los hogares aguasayeros: “Dentro de cada familia varía el número de personas que se dedica directamente a trabajar con la curagua. Pero aún los que no se dedican a eso, saben como hacerlo, porque desde pequeños aprenden a tejer o a cultivar la curagua”.
En efecto, es bastante común ver familias donde los fines de semana llegan las hijas y los hijos que trabajan en algún lugar lejano, como médicos o ingenieros, para sumarse a esa práctica artesanal tan importante en Aguasay y de alguna manera garantizar su permanencia en el tiempo.
UN COMPROMISO
La tarea desarrollada casi de manera intuitiva por Luis Bastardo y todo el equipo que lo acompaña es de gran importancia para el futuro en el caso de declararse los conocimientos y las tecnologías tradicionales relacionadas con el cultivo y procesamiento de la curagua como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
La declaratoria implica la entrega de informes periódicos, cada tres años, en los cuales debe reflejarse un crecimiento o fortalecimiento de la actividad. En caso contrario, la Unesco podría incluso desincorporar la tradición de la Lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Igualmente, la misma declaratoria es un impulso para la sensibilización, impulso y promoción de estos conocimientos populares. Justamente eso genera buena parte del entusiasmo de las aguasayeras y aguasayeros que esperan el fallo positivo del Comité Intergubernamental para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco que se conocerá, a más tardar, este 3 de diciembre.
“Estamos haciendo los preparativos para hacer un censo bastante profundo, con una diversidad de datos para conocer cuál es la situación y las necesidades actuales de las artesanas y los cultivadores. Esto nos va a ayudar para saber qué vamos a hacer y cómo nos vamos a organizar para darle un mayor realce a la curagua en Aguasay”, explicó Bastardo.
LAS CIFRAS DE LA FIBRA
Un chinchorro de curagua de tamaño regular se vende dentro de una franja variable que va aproximadamente desde los Bs. 50 mil hasta los 70 mil. Su elaboración, desde que la fibra ya está lavada e hilada puede demorar de un mes a 40 días, dependiendo del tiempo dedicado por la tejedora a esta labor usualmente compartida con las tareas del hogar y el cuidado del huerto familiar, entre otras actividades variables según cada caso.
Lavar y secar la fibra cruda toma entre tres y seis días, de acuerdo a la cantidad. En el lavado se pierden unos 300 gramos, de ahí que algunos cultivadores obsequien 300 gramos por kilo de fibra cruda vendido. Posteriormente, en el proceso para convertirlo en hilo, la tejedora Ramona Alejandrina Chaurán se toma una semana por kilogramo, siempre dependiendo del tiempo que le pueda dedicar.
Según el aguasayero Luis Bastardo, el año pasado se registraron cerca de 100 chinchorros vendidos, lo que da una cifra promedio de seis millones de bolívares. A esto es necesario agregarle otras relaciones comerciales vinculadas con la curagua. Por ejemplo, el intercambio de la fibra cruda, de fibra procesada y de esta convertida en hilo.
Otro elemento que entra en el proceso es el pabilo con el cual se hacen los adornos o dibujos, principales responsables de la belleza de los chinchorros de Aguasay. Para uno de tamaño regular se necesitan unos seis bollos grande de esta fibra a base de algodón.
Igualmente ocurre que personas mayores que cultivan curagua y llaman a personas más jóvenes para la extracción de la fibra. “En esos casos generalmente van a medias con la venta de la fibra cruda, pero eso puede variar, depende de lo que acuerden entre ellos. Casi siempre es 50% y 50%”, reveló Bastardo.
En el caso de la maestra artesana Ramona Alejandrina Chaurán, para hacer un chinchorro emplea cerca de dos kilogramos de hilo de curagua. Ella misma se encarga de todo ese proceso, pero también se pueden conseguir las madejas de hilo de curagua.
ANTES DEL TELAR
Alcides Monagas lleva 40 años dedicado al cultivo y la extracción de la fibra de curagua. Él vende la fibra cruda a Bs. 3 mil por cada kilogramo que a su vez requiere unas tres horas de trabajo.
En cuanto a la cantidad de plantas, Monagas precisó que cada ejemplar da entre 35 y 40 hojas, palmas o pencas. Para un kilogramo de fibra cruda son necesarias entre 350 y 400 hojas, esto son unas 35 o 40 plantas aproximadamente.
Una vez que se siembra la planta tarda entre dos y tres en madurar y da de uno a tres frutos o “hijos”, similares a una piña, que a su vez se plantan para comenzar de nuevo el ciclo. Según Alcides Monagas, una vez sembrada una generación se pueden mantener cosechas periódicas en lapsos de tres a seis meses. Inclusos las semillas o hijos se venden a unos Bs. 50 cada una.
La curagua, dijo Monagas, no requiere cuidados complejos, solamente es necesario mantener la limpieza y el riego en el terreno. Se da mejor en tierras oscuras aunque tampoco tiene mayores exigencias en este sentido. En su experiencia, el abono en lugar de ayudar “pone blanda la fibra”.
Otra ventaja de la curagua es que se puede combinar su cultivo con otras especies, bien para el consumo familiar o para el intercambio comercial.
Aun con todas estas bondades de la planta de la curagua, y la sostenibilidad de su explotación durante casi un siglo, Luis Bastardo considera necesarias algunas medidas y acompañamientos por parte de las instituciones públicas, entre otras cosas, para destinar una mayor cantidad de tierras para el cultivo de este recurso vegetal. “Esa es la principal necesidad que detectamos”, insistió.
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